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COMENTARIO:
RELACIONA EL DOCUMENTO CON EL CONTEXTO HISTÓRICO EN QUE SE ENMARCA,
ALUDIENDO DE FORMA BREVE A LA SITUACIÓN ESPACIO-TEMPORAL.
· REALIZA EL COMENTARIO DEL CONTENIDO DEL TEXTO, CONFRONTÁNDOLO
CON TUS PROPIOS CONOCIMIENTOS SOBRE EL TEMA.
· CONCLUSIÓN: RESUME LAS IDEAS BÁSICAS Y HAZ ALUSIÓN
A LAS CONSECUENCIAS DE LOS HECHOS NARRADOS EN EL TEXTO. SIEMPRE DEBE SER
BREVE, EL DOCUMENTO NO PUEDE SERVIRTE DE EXCUSA PARA DESARROLLAR UN TEMA
DESPEGADO DE ÉL.
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a) Explique la cuestión
sucesoria y el conflicto armado que depara.
Felipe V había impuesto por el Auto acordado de
1713 la Ley Sálica, que daba prioridad a los varones
en la herencia de la corona. En realidad una Pragmática
Sanción de tiempos de Carlos IV, aprobada por las cortes
de 1789, la había derogado pero no había sido publicada.
Fernando VII, influido por su mujer Mª Cristina, publicó la Pragmática
Sanción en 1830, a fin de permitir el acceso al trono a su
hija Isabel. Los partidarios de D. Carlos (absolutistas apostólicos)
no la aceptaron, porque no les dejaba otro camino que la toma violenta
del poder y consiguieron en los sucesos de La Granja (1832) que el rey
enfermo firmara el decreto de abolición de la Pragmática
Sanción pero Fernando, una vez curado, la repuso y la infanta
Isabel fue jurada heredera por las Cortes tradicionales en 1833. En su
testamento reafirmó a su hija como heredera y a Mª Cristina
como gobernadora hasta su mayoría de edad. Los liberales apoyaron
a Isabel porque era el único camino para lograr sus esperanzas
de una transición política al liberalismo. D. Carlos publicó un
manifiesto y se proclamó rey. Se sublevaron y comenzó la primera
guerra carlista (1833-39).
No se trataba sólo de una cuestión dinástica sino
de un enfrentamiento entre dos modelos de sociedad: Antiguo
Régimen frente a liberalismo. El carlismo era
un movimiento contrarrevolucionario, que rechazaba
el nuevo orden liberal y el reformismo desde arriba. Defendía
el tradicionalismo, la monarquía absoluta de origen divino (legitimismo),
la Iglesia católica y el foralismo,
como reza su lema “Dios, Patria, Rey y Fueros”.
El carlismo era heterogéneo en su composición
social: la nobleza rural, la mayor parte del clero - molesto
por la eliminación del diezmo y las desamortizaciones – parte
del ejército, artesanos urbanos y campesinos, perjudicados por
las medidas reformistas de liberalización agraria y que veían
amenazadas sus costumbres. Por el contrario la alta nobleza, la jerarquía
eclesiástica, la mayor parte del ejército, la burguesía
y los trabajadores urbanos se mantuvieron fieles a Isabel II.
En las zonas rurales del País Vasco, Navarra y Cataluña,
los carlistas insurrectos formaron partidas. Las ciudades permanecieron
fieles a Isabel II. Se distinguen tres fases en la guerra carlista: 1ª.
De 1833-35. El general Zumalacárregui consiguió formar
un ejército regular carlista, con los Voluntarios Realistas y
las partidas dispersas, consiguiendo grandes triunfos frente a los liberales.
La guerra se caracterizó por su ferocidad. Por orden del pretendiente D.
Carlos puso sitio a Bilbao, donde resultó herido y murió.
2ª. 1835-37. Se equilibraron las fuerzas entre los dos bandos. En
Aragón y el Maestrazgo el general Cabrera organizó guerrillas.
Los carlistas, derrotados en Mendigorría, organizaron expediciones
militares, para extender la insurrección, como la del
general Gómez (1836) y la del propio pretendiente
que llegó a las puertas de Madrid en 1837. Ambos bandos contaban
con apoyos internacionales: las absolutistas Austria,
Rusia y Prusia ayudaban a los carlistas, e Inglaterra, Portugal y Francia
a los liberales, enviando tropas, armas y dinero. Los carlistas fracasaron
en el sitio de Bilbao, derrotados por el general Espartero en
el puente de Luchana. 3ª. El cansancio por la incapacidad
de derrotar al enemigo llevó a la escisión de los carlistas
en transaccionistas- partidarios de acabar la guerra- y exaltados. Espartero
llegó a un acuerdo con el general carlista Maroto, en
el Convenio de Vergara (1839): se acordó la integración
del ejército carlista en el isabelino y la promesa de negociar
el mantenimiento de los fueros en Navarra y País Vasco. Cabrera resistió solo
en el Maestrazgo hasta su derrota final en 1840 y se exilió a
Francia.
Posteriormente hubo dos guerras carlistas más: la segunda
guerra carlista (1846-49) y
la tercera guerra (1872-1876)
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Foralismo: fueros y
privilegios tradicionales: sistema de justicia, instituciones propias
y exención fiscal y de quintas.
Segunda
guerra carlista: Desencadenada por el fracaso del enlace
entre Isabel II y Carlos VI, hijo de Carlos Mª Isidro,
es conocida como guerra dels matiners (madrugadores). Tiene
como escenario Cataluña y Levante e interviene Cabrera. El
carlismo es derrotado. Continuaron sublevaciones carlistas, como
el frustrado pronunciamiento de Carlos VI en San Carlos de la Rápita
(Castellón) en 1860.
Tercera guerra: La
inició Carlos VII, nieto de Carlos Mª Isidro.
Tras la revolución del 68 habían querido convertirse en una
alternativa para las clases conservadoras frente al régimen democrático
y moderó sus formas y lenguaje. Nació un partido: la Comunión
Católico-Monárquica. Pero la elección de un rey extranjero,
Amadeo I, les lanzó a la guerra cuyo escenario fue el País
Vasco, Navarra y Cataluña. Don Carlos logró victorias, como
Eraul, Montejurra y Abárzuza pero no consiguió ocupar Bilbao.
Creó una estructura estatal en Estella (Navarra), emitiendo moneda. Su
derrota por Martínez Campos, en la Restauración de Alfonso
XII, supuso la supresión de los fueros e instituciones del País
Vasco (1876), aunque conservó la autonomía fiscal por
los conciertos económicos (1878).
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VALORACIÓN
CRÍTICA. IMPORTANCIA, FIABILIDAD Y DIFUSIÓN DEL DOCUMENTO.
JUICIO CRÍTICO SOBRE EL TEXTO.
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b) Explique los hechos más
relevantes de la Regencia de Mª Cristina de Borbón.
La Regencia de Mª Cristina se extendió de 1833 a 1840. El primer
gobierno de la Regencia, presidido por Cea Bermúdez,
al que pertenece el Manifiesto comentado, entroncaba con la herencia
del Despotismo Ilustrado al proponer un programa de reformas desde
arriba, administrativas y económicas sin modificar el carácter
absolutista de la Monarquía. La más importante fue la
división territorial en provincias de 1833,
llevada a cabo por Javier de Burgos, ministro de Fomento, que
ha perdurado hasta la actualidad. Otra fue la libertad de comercio
interior.
Pero el conflicto carlista y el rechazo al inmovilismo por parte de los
liberales, forzaron a la regente a deshacerse de Cea Bermúdez
en 1834, fracasando así el reformismo desde arriba. Para evitar
el colapso del régimen, se intentará ahora una transición
pactada con los liberales moderados, los únicos defensores
seguros de Isabel II. Era una tercera vía entre el carlismo y
el liberalismo. Martínez de la Rosa, un viejo
doceañista muy moderado y recién llegado del exilio, fue
nombrado jefe del gobierno. Entre sus medidas destacan una amplia amnistía
para los liberales y la disolución de la jurisdicción gremial,
que favoreció la libertad de fabricación y comercio. La
más importante fue el Estatuto Real (1834), una
especie de Carta Otorgada que concedía ciertos derechos y libertades
políticas pero sin reconocer el principio de soberanía
nacional. Las nuevas Cortes constaban de dos cámaras: el Estamento
de Próceres, formado por Grandesde España, altos cargos
eclesiásticos, notables y grandes propietarios nombrados por la
Corona con carácter vitalicio y el Estamento de Procuradores,
elegidos de forma indirecta por sufragio censitario muy restringido.
Las Cortes tenían carácter consultivo y votaban los impuestos,
pero la iniciativa legislativa quedaba en manos de la Corona.
Esta fórmula de compromiso era insuficiente, ya que marginaban
a la inmensa mayoría de la sociedad. El gobierno de Martinez de
la Rosa tenía que luchar contra carlistas y liberales. El malestar
social se manifestó en el verano de 1834: se desató una
epidemia de cólera en Madrid y ante el rumor de que los frailes
habían envenenado las fuentes, las masas populares asaltaron los
conventos y asesinaron a frailes, en una primera oleada de violencia
anticlerical que se extendió a otras capitales ante la falta de
reacción del gobierno. Martínez de la Rosa dimitió en
mayo de 1835, reemplazado por el conde de Toreno. En el verano hubo nuevos
motines en Zaragoza y Barcelona, donde los obreros quemaron la fábrica
de Bonaplata y Cia, y se extendieron a otras ciudades (Cádiz,
Valencia, etc) y se formaron juntas revolucionarias. Asustada, Mª Cristina
llamó a los liberales progresistas a formar gobierno (septiembre
1835).
Se había consolidado la división de los liberales. Todos
eran partidarios de una monarquía parlamentaria pero estaban divididos
en dos partidos políticos: Los moderados, liberales
doctrinarios, defendían la soberanía compartida entre
Cortes y Corona, que gozaba de amplios poderes. Defensores del
orden y de la propiedad, eran partidarios del sufragio censitario. Preferían
un Estado centralista y confesionalmente católico y querían
limitar los derechos individuales. Eran socialmente heterogéneos:
nobleza, alto clero, terratenientes, alta burguesía, y altos mandos
del ejército. Los progresistas eran partidarios
de la soberanía nacional, la limitación del poder real,
sufragio censitario más amplio, mayores libertades, descentralización
estatal, elecciones municipales y Milicia Nacional. Su base social era
compleja: pequeña burguesía y en general, las clases
medias, profesionales liberales, empleados y militares de baja graduación.
El
nuevo gobierno progresista, dirigido por Mendizábal,
significaba que la transición derivaba hacia la ruptura liberal.
Mendizábal calmó los motines e inició importantes reformas:
llamó a una quinta de cien mil hombres, suprimió la Mesta, organizó la
Milicia Nacional, abolió los gremios y promulgó el decreto de desamortización de
los bienes eclesiásticos con el objetivo de conseguir dinero para sostener
la guerra civil, castigar a la Iglesia por su apoyo al carlismo, iniciar una
reforma agraria y crear un grupo de nuevos propietarios que fueran partidarios
del liberalismo. Pero la regente, presionada por nobleza y clero, destituyó a
Mendizábal sin explicación en mayo de 1836. Aquel verano estallaron
de nuevo revueltas populares y un grupo de sargentos se sublevaron en el palacio
de La Granja, donde la reina veraneaba, forzándola a restablecer la Constitución
de Cádiz y nombrar un gobierno progresista, presidido por José Mª Calatrava,
con Mendizábal como ministro de Hacienda.
Los progresistas continuaron la reforma agraria, que implicaba la disolución
del régimen señorial, de los mayorazgos y la desamortización
de bienes del clero. Redactaron la Constitución de 1837,
inspirada en la de Cádiz de 1812, que hacía concesiones a
los moderados a fin de conseguir el apoyo de todos los liberales ante los
carlistas. Se caracteriza por: soberanía nacional, división
de poderes, Cortes bicamerales (Congreso y Senado), elegidas por sufragio
censitario, más amplio que el del Estatuto Real, confesionalidad
del Estado, ayuntamientos elegidos, Milicia Nacional y algunos derechos
como la libertad de imprenta.
En las elecciones de septiembre de 1837 ganaron los moderados, cuyos
sucesivos y mediocres gobiernos apenas hicieron nada. Presentaron en 1840
un proyecto de Ley de ayuntamientos que intentaba recortar el poder municipal,
dando a la Corona la facultad de nombrar alcaldes en las capitales de provincia.
Frente a este proyecto estallaron motines y levantamientos populares en las principales
ciudades. Mª Cristina llamó al general progresista Espartero para
sofocarlos, pero éste se negó a emplear el ejército contra
los ayuntamientos progresistas. Mª Cristina dimitió,
siendo nombrado Espartero nuevo regente.
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La división provincial de 1833: organizaba
España en 49 provincias, delimitadas por criterios históricos
y la racionalidad de la extensión.
Sufragio censitario: limitación
del derecho de voto a unos ciudadanos que cumplen determinados requisitos,
fundamentalmente económicos, con el argumento de que los que más
impuestos pagan al Estado tienen derecho a elegir a sus representantes
y gobernar éste.
Dimitió: Tras su dimisión
en 1840 marchó a Francia, regresando a España en
1844 al llegar la mayoría de edad de Isabel. Volvió a Francia
en 1854.
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